El chico tímido y humilde de Nueva Jersey ha decidido hablar claro. A sus 61 años, el Boss se la juega hablando de política, de las relaciones con sus hijos, con su padre, con sus fans… y de sus contradicciones en una entrevista que publica el próximo domingo XL Semanal. Bruce Springsteen, el cronista de las penalidades de la gente corriente que malvive en ciudades obreras en decadencia, reside en un entorno rural típicamente norteamericano: en medio de 120 hectáreas cultivables. En su granja posee el cobertizo que a todo hombre le gustaría tener, con espacio para sus motos, para almacenar trastos y recuerdos personales. Hay. una mesa de mezclas y varias guitarras, y hasta un rincón con la imprescindible nevera para las cervezas. A los 61 años disfruta de los beneficios de una carrera musical de cuatro décadas que le ha reportado 20 premios Grammy, un Oscar, 120 millones de discos vendidos y una fabulosa riqueza material.
Springsteen, que hizo pública su adscripción política al respaldar a Barack Obama en las elecciones de 2008, se muestra muy frustrado sobre la situación de su país. “El principal problema es el paro— afirma–, que es de casi el diez por ciento; pero también la enorme desigualdad económica. El estilo de vida norteamericano es incompatible con semejante desigualdad en la distribución de la riqueza. Es una situación que, poco a poco, carcome el corazón, el alma y el espíritu del país.” Springsteen se muestra furioso ante quienes pretenden atribuir todos los males de Estados Unidos a la gestión del presidente: “Obama va a ser presidente durante cuatro años. Es posible que durante ocho. Pero también están las instituciones financieras, los militares, las grandes corporaciones, que no cesan de agitar las cosas y, de hecho, están manejando la economía y la dirección hacia la que se dirige el país. Estamos hablando de unos grupos de presión descomunales, que invierten dinero a espuertas y pagan a lobbys que defienden sus intereses. Las cosas en EE.UU. están pero que muy mal. La economía se ha desligado del grueso de los ciudadanos y ha sido puesta al servicio de los que cortan el bacalao, de la plutocracia”. Hasta hace poco, Bruce se había mantenido al margen de la política, por miedo –según su biógrafo– «a que su falta de preparación política pudiera dejarlo en ridículo».
Cuando Reagan utilizó el nombre de Springsteen para enardecer a los republicanos (creyó, erróneamente, que Born in the USA era una canción de signo patriotero y no, como lo era en realidad, una denuncia contra el tratamiento dispensado a los veteranos de la guerra de Vietnam), el cantante corrigió educadamente de su error al presidente. “Llega un momento –explica el Boss– en que uno tiene que hacer acopio de toda la credibilidad que pueda tener y utilizarla en pro de lo que considera justo. La mayoría de la gente no tiene ganas de recibir sermones políticos de un tipo que se gana la vida meneando el culo ante 60.000 personas. Lo comprendo. Por eso trato de poner mi granito de arena cuando puedo, de ayudar cuando es oportuno”.
En Nueva Jersey, durante los años 50 y 60, sus padres pasaban serios apuros para llegar a fin de mes y cuidar del pequeño Bruce y sus dos hermanas. “Los sábados por la noche nunca salíamos de casa. La primera vez que entré a un restaurante fue con 27 años, tras lograr mi primer contrato de grabación. Cuando el portero del local de carne a la parrilla me preguntó si quería una mesa, no supe qué decir. Me sonaba a chino”, confiesa. Como alumno en el instituto fue “un estudiante mediocre, por decirlo finamente. Mis compañeros de clase, seguramente, me tenían por tonto, o poco menos”. Las cosas no fueron mucho mejor en la universidad politécnica, donde unos alumnos votaron a favor de su expulsión por su «inaceptable pasotismo». Pasota o no, a los veintipocos empezó a ser conocido por sus actuaciones en los campus universitarios y en los bares de la costa de Nueva Jersey. El apodo de The Boss ('El Jefe') se lo pusieron sus compañeros de banda un día que estaba repartiendo con ellos las míseras ganancias de la velada. “Es una cruz que llevo desde entonces –revela–. Y no, mi mujer nunca me llama Boss”.
Hoy, su vida cotidiana se centra en su familia. Su jornada empieza por llevar a su hijo al colegio. “Es lo primero que hago; por la tarde trabajo en alguna nueva canción, o algo por el estilo. Con los años he aprendido a componer en poco tiempo. Una tarea que, según él mismo confiesa, no interesa nada a sus tres hijos: “No oyen mi música. ¿Por qué iban a hacerlo? Para los hijos, no es más que el trabajo que tú haces, una cosa extraña que invade sus vidas. Lo único que necesitan es que seas un buen padre”