Cuando quien suscribe sale de la Sala Apolo tras dos horas y media de lección musical y con una sonrisa de oreja a oreja se pregunta.
¿Por qué no ocurre eso cada noche con tal u otra tal banda o artista? La respuesta se me antoja sencilla. Porque solo hay un Little Steven. Con sus Disciples of Soul Stevie ha rejuvenecido, y se nota. Porque todo lo que toca brilla. Sea un disco, una entrevista o un concierto que más allá de un ejercicio de revisionismo musical al uso se me antoja como una fiesta vital de lo que es y ha de ser un concierto de rock and roll.
Toca todos los palos musicales posibles: rock and roll, soul, reagge, blues. Da igual. Su Underground Garage (programa de radio estelar) y su cabeza sólo hablan dos lenguajes: el del amor y del de la música. Y cuando las cosas se hacen con amor, uno se percata de ello. Y ayer, en Apolo, ese amor chorreba en el escenario y en los poros de todos los presentes que arrebataron el recinto. Y así les salen los conciertos. Ese señor es puro espectáculo. Sus músicos y coristas aportan peso y color a las interpretaciones, pero por encima de todo, tanto en su imprescindible Soul Fire de 2017 como en el recientemente publicado Summer of Sorcery hay canciones, composiciones monumentales que también sonaron ayer: Cmmunion, Gravity, Vortes o Superfly Terraplane para citar algunos ejemplos. A ello le sumas clásicos como Sun City o la trepidante Out of the Darkness y tienes una noche inolvidable. Otra más. Dice que volverá. Ahí estaremos.
Jordi Sánchez @sanfreebird72
