La revista online Pikara Magazine llama la atención, en su número inaugural, sobre cómo se trata a las mujeres en el rock desde ciertos medios especializados, en este caso, la revista Rolling Stone que, en su ejemplar del pasado agosto, incluía un amplio reportaje sobre mujeres que habían cambiado la historia del rock, reconociendo la importancia de sus aportaciones a la música. Pero la sorpresa mayúscula viene al mes siguiente cuando, en la misma revista, aparece una lista con los cien nombres que han revolucionado los cimientos del rock y en la que, casualmente, no está ninguna de esas mujeres que en el número anterior habían sido tan importantes. ¿Qué es lo que sucede? En el fondo, Rolling Stone, como muchos de nosotros, se siente cómoda tratando sobre un tipo de rock masculino, blanco y apto para la clase media. Las mujeres o los negros son curiosas excepciones que se incluyen en algún “especial” para intentar estar acorde con los tiempos y ser “políticamente correcto” pero, a la hora de la verdad, no sienten que Patti Smith, Bjork o P.J. Harvey valgan tanto como Eric Clapton. Cualquier cosa que graben Van Morrison o Elvis Costello, por mediocre que sea, les va a parecer siempre mucho mejor. Esto es una muestra de que seguimos inmersos en cientos de prejuicios invisibles que nos nublan la vista y nos hacen mirar a las músicas de rock por encima del hombro. Gijón, en ese aspecto, es muy afortunada, porque cuenta con unas clases medias no enriquecidas pero sí ilustradas que han transmitido a sus hijos e hijas una formación poco conservadora. Eso les ha permitido comportarse con mayor tolerancia y, gracias a eso, aparecieron en los ‘90 dos bandas completamente femeninas que, para mí, son lo mejor del indie nacional: Nosoträsh y Undershakers.